martes, 12 de mayo de 2009

Los sueños de la odisea perdida __El retorno de un héroe

El retorno de un héroe
Kaim se encuentra solo entre una multitud de hombres toscos, dando cuenta de su bebida en un rincón de la única taberna de la vieja ciudad.
Un hombre solitario cruza la puerta de la taberna. Recubre sus enormes proporciones el atuendo de un guerrero. Su sucio uniforme sugiere que viene de lejos. La fatiga se le refleja en la cara, pero sus ojos tienen un brillo penetrante, la mirada de un luchador en acción.
El ruido de la taberna se silencia al momento.
Todas las miradas del lugar se clavan en el soldado con respeto y gratitud.
Por fin ha terminado la larga guerra contra el país vecino, y los hombres que han luchado en el frente vuelven a casa. Ese es el caso de este militar.
El soldado se sienta en la mesa de al lado de Kaim, y engulle un trago de licor con la contundencia de un bebedor habitual, un hombre que bebe para matar su dolor.
Dos tragos, tres, cuatro…
Otro cliente, el típico rufián de ciudad, se le acerca con una botella en la mano y una sonrisa obsequiosa.
- Deja que te ofrezca algo – dice el hombre - , como muestra de gratitud por tus
heroicos esfuerzos por la patria.
Sin sonreír, el soldado deja que el hombre llene su copa.
- ¿Cómo ha sido estar en el frente? Apuesto a que realizaste muchas hazañas en el
campo de batalla.
El soldado vacía su copa en silencio.
El rufián la vuelve a llenar y muestra una sonrisa aún más zalamera.
- Ahora que somos amigos, ¿qué tal si me cuentas algunas historias de la guerra?
Tus brazos son grandes y fuertes, ¿a cuántos soldados enemigos matas…?
Sin mediar palabra, el soldado arroja el contenido de su copa en la cara del hombre.
El rufián se pone hecho una furia y saca un cuchillo. En cuanto sale de la vaina, el puño de Kaim lo lanza volando por el aire.
Ante la poderosa unión de Kaim y el soldado, el rufián sale corriendo mascullando maldiciones.
Los dos hombretones lo ven huir y comparten una débil sonrisa. A Kaim no le hace falta hablar con el soldado para saber que vive una profunda tristeza. Por su parte, el soldado, tras haber engañado a la muerte en repetidas ocasiones, es consciente de la sombra que acecha en la expresión de Kaim.
El barullo volvió a la taberna.
Kaim y el soldado comparten unas bebidas.
- Tengo una esposa y una hija que no he visto desde que me enrolé – dice el soldado –
Hace ya tres largos años. Por primera vez se permite sonreír tímidamente mientras saca del bolsillo una foto de su mujer y su hija y se la enseña a Kaim: la esposa es una mujer de lozana frescura, la hija es aún muy joven.
- Ellas son la razón por la que he sobrevivido. La idea de volver vivo a casa con ellas era lo que me daba fuerzas en el combate.
- ¿Tu hogar está lejos de aquí?
- No, mi pueblo está justo tras el siguiente paso. Estoy seguro de que han oído que la guerra ha terminado y están deseando que vuelva.
Si él quisiera podría estar en casa esta noche. Está muy cerca.
- Pero… –el soldado acaba el trago de licor y gruñe–. Tengo miedo.
- ¿Miedo?¿De qué?
- Quiero ver a mi esposa y a mi hija, pero tengo miedo de que me vean.
No sé cuántos hombres habré matado en estos tres años. No tuve elección. Tuve que hacerlo para seguir vivo. Si quería volver con mi familia, no tenía otra opción salvo matar un soldado enemigo tras otro, y cada uno de ellos tenía una familia que había dejado en casa. Ese era el código de la guerra, el destino del soldado. Para sobrevivir en el combate, tenías que seguir matando para que no te mataran.
- En el frente no tenía tiempo para pensar en esas cosas. Estaba demasiado ocupado
intentando sobrevivir. Aunque ahora lo veo, ahora que la guerra ha terminado. Hay
tres años de pecados grabados en mi cara. La cara de un asesino. No quiero enseñar
esta cara a mi mujer y a mi hija.
El soldado saca una bolsa de piel de la que extrae una pequeña piedra. Le dice a Kaim que es una gema sin pulir, algo que encontró poco después de marchar al campo de batalla.
- ¿Una gema? – pregunta Kaim sin convencimiento. La piedra de la mesa es de un
negro apagado sin indicios del brillo que debería tener una gema.
- Brillaba cuando la encontré. Estaba seguro de que a mi hija le encantaría cuando se la llevara a casa. Pero, poco a poco, la piedra perdió su brillo y se volvió oscura.
Cada vez que mataba un soldado enemigo, algo parecido a la mancha de su sangre aparecía en la superficie de la piedra. Como puedes ver, después de tres años está casi completamente negra. La piedra está manchada con los pecados que he cometido. La llamo mi “piedra de los pecados”.
- No tienes porqué sentirte culpable. Tuviste que hacerlo para seguir vivo.
- Lo sé – dice el soldado –. Lo sé. Pero aun así…Al igual que yo, los hombres que maté tenían pueblos a los que volver y familias que los esperaban allí…
El soldado hace una pausa antes de dirigirse de nuevo a Kaim:
- Supongo que tú también tendrás familia.
Kaim niega con la cabeza.
- No – dice–. No tengo familia.
- ¿Un pueblo al menos?
- No tengo hogar al que volver.
- Un eterno viajero, ¿eh?
- Pues sí. Ese soy yo
El soldado sonríe un poco y muestra a Kaim una sonrisa amarga. Cuesta decir cuánto cree lo que Kaim ha dicho. Desliza su “piedra de los pecados” en la bolsa de piel y le dice:
- ¿Sabes lo que creo? Si la piedra se vuelve más oscura cada vez que quito una vida,
debería recuperar algo de brillo cada vez que salve una vida.
En lugar de responder, Kaim apura las últimas gotas de licor de su copa y se levanta de la mesa. El soldado permanece en su silla y Kaim, mirándole fijamente, le da un consejo:
- Si tienes un lugar al que volver, deberías volver. Tan solo ve, por mucho que te
abrume la culpa. Estoy seguro de que tu esposa y tu hija lo entenderán. No eres un
criminal. Eres un héroe: luchaste con el corazón para seguir vivo.
- Me alegro de haberte conocido– dice el soldado –. Necesitaba oír eso.
Le ofrece la mano derecha a Kaim, y este se la estrecha.
- Espero que tus viajes vayan bien – dice el soldado.
- Los tuyos acabarán pronto –dice Kaim con una sonrisa dirigiéndose a la puerta.
Justo entonces el rufián se lanza contra Kaim desde detrás, pistola en mano.
- ¡Cuidado! – grita el soldado, lanzándose hacia Kaim. Conforme Kaim gira, el rufián
apunta y grita:
- ¡A mí nadie me trata así, hijo de perra!
El soldado salta entre los dos hombres y recibe un balazo en el abdomen.
Y así, tal y como ansiaba hacer, el soldado ha salvado una vida. Irónicamente, el soldado ha dado su única vida por la de Kaim, un hombre que no puede envejecer ni morir.
Tumbado en el suelo, casi inconsciente, el soldado pone la bolsa de piel en la mano de Kaim.
- Mira mi “piedra de los pecados”, por favor. Quizás…quizás – dice sonriendo
débilmente –, haya recuperado algo de su brillo.
La sangre brota de su boca, ahogando la risa.
Kaim mira dentro de la bolsa y dice:
- Ahora brilla. Está limpia.
- ¿De verdad? – jadea el soldado–. Bien. Mi hija se pondrá muy contenta…
Sonríe con satisfacción y extiende la mano en busca de la bolsa. Con cuidado, Kaim coloca la bolsa en la palma de la mano del hombre y cierra sus dedos sobre ella. El soldado exhala su último aliento y la bolsa cae al suelo. La cara del hombre muerto tiene una expresión de paz.

Sin embargo, la “piedra de los pecados” del hombre, que se ha deslizado de la bolsa, sigue negra como siempre.

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